Mark Rothko: ¿Al maestro de Color Field Painting le interesaba el color?

Mark Rothko: ¿Al maestro de Color Field Painting le interesaba el color?

Autor: Alexandra Tighe

Considerado una de las figuras más importantes para el estilo de “Color Field Painting” y el arte moderno en general, Mark Rothko muchas veces ha sido declarado uno de los grandes maestros del color. Sin embargo, un análisis de su carrera artística y las palabras del propio artista revelan que en realidad una exploración del color, o un interés en lo estético en general, no ocupaba un puesto central dentro de su visión artística.

Aunque visualmente, y en términos cromáticos, la obra de Rothko evolucionó drásticamente a lo largo de su carrera, un hilo común unifica todas sus obras: una preocupación filosófica de cómo comunicar la tragedia de la condición humana a través del arte. A pesar de su uso maravilloso del color, sobre todo en su obra madura, es esa búsqueda casi espiritual, de provocar una experiencia de lo trascendental, que más preocupaba a Rothko a la hora de crear su obra. 

Hans Namuth, Mark Rothko, 1964. © Hans Namuth Ltd. Foto cortesía del National Portrait Gallery, The Smithsonian Institute

La primera etapa de la obra de Rothko se destaca por su interés en escenas cotidianas de la vida neoyorquina. Con obras como Street Scene (c. 1937), Untitled (Female nude standing by a fireplace) (c. 1937) y Subway Scene (1938), Rothko representa escenas callejeras o momentos de su vida personal. Muchas veces evocan un sentido de angustia; de claustrofobia creada por la desolación de los fondos dispersos o la tensión entre las formas casi escultóricas que juegan con proporciones irreales; o de la soledad, aun cuando varias figuras están presentes. La paleta de colores durante esta época es mayormente apagada, con una gran presencia de grises, beiges, marrones y negros. En The Romantics Were Prompted, el manifiesto artístico de Rothko publicado en 1947, el artista reflexiona que las obras que más le conmueven son “the pictures of the single human figure—alone in a moment of utter immobility”, algo que aparentemente busca replicar en sus propias obras de los años tempranos de su carrera (Breslin, 1993, p. 63). El interés en explorar esa soledad y desolación a través de retratos cotidianos revela que a Rothko le preocupaba el lado oscuro de la experiencia humana desde los principios de su vida artística.

1. Mark Rothko, Street Scene, c. 1937. © Kate Rothko Prizel and Christopher Rothko/Artists Rights Society (ARS), New York. Imagen cortesía de WikiArt
2. Mark Rothko, Heads, 1941_1942. © Kate Rothko Prizel and Christopher Rothko_Artists Rights Society (ARS), New York. Imagen cortesía de Christie’s

En términos visuales y de contenido, las obras de la segunda etapa de Rothko marcan un alejamiento drástico de la primera etapa. Se caracterizan por una obsesión con el “espíritu del mito” y parten de un esfuerzo consciente e intencional de crear un lenguaje universal a través de los símbolos mitológicos. Junto con Barnett Newman y Adolf Gottlieb, Rothko se aleja de las representaciones de escenas cotidianas y se sumerge en la simbología, sobre todo greco-romana. En su elección de símbolos y escenas mitológicas, Rothko muchas veces opta por las historias más trágicas o dramáticas: el fallido sacrificio de Isaac a manos de su padre, Abraham (Sacrifice, 1946), mal augurios y escenas de violencia de la Oresteia (The Omen of the Eagle, 1942; The Sacrifice of Iphigenia, 1942) y la visión trágica nietzscheana del dios Dionisio (Heads, 1941-1942). Durante esa etapa, la cual dura casi una década, la paleta de colores utilizada por Rothko continúa siendo relativamente apagada; a veces aparecen toques de amarillo, naranja, verde o azul, pero sobre todo perduran el gris y marrón, como antes. En sus apuntes no publicados para la redacción de una carta conjunta de Rothko, Gottlieb y Newman al New York Times en 1943, Rothko revela que una visión filosófica y no estética, guía su creación durante este periodo. Rothko escribe, “A picture is not its color, its form, or its anecdote, but an intent entity idea whose implications transcend any of these parts” (Breslin, 1993, p. 201). Aquí, otra vez la forma y el color son herramientas de menor importancia a la hora de conseguir comunicar la visión del artista sobre nuestra existencia.

Mark Rothko, Sacrifice, 1946. © Kate Rothko Prizel and Christopher Rothko/Artists Rights Society (ARS), New York. Imagen cortesía de The Solomon R. Guggenheim Foundation. Peggy Guggenheim Collection, Venice, 1976

A finales de los años cuarenta, Rothko gradualmente se aleja del estilo mitológico, poco a poco simplificando su obra en unas formas flotantes. Al principio de manera vertical y luego optando por lo que sería su formato más conocido: grupos de dos o tres formas rectangulares horizontales flotando sobre un campo de color. Aunque puede parecer que las obras maduras marcan una ruptura abrupta con las etapas anteriores, el deseo de Mark Rothko de comunicar las realidades trágicas de la experiencia humana perdura.

Sin embargo es ahí, con sus obras más abstractas, donde por fin encuentra el lenguaje ideal para su objetivo. En esta serie pictórica el color juega un papel como nunca antes en su obra. La paleta incluye una gama cromática mucho más amplia y generalmente de tonos vibrantes e intensos, aunque en los últimos años de su vida opta cada vez más por blancos, negros y grises oscuros. Sin embargo, no hay ninguna evidencia de que Rothko llegaba a sus combinaciones de colores a través de un estudio teórico o un análisis de cuáles "se verían mejores” juntos. Al contrario, en esta época Rothko alega otra vez no estar interesado en las relaciones de color ni de forma.

"I may have used colors and shapes in the way that painters before have not used them but this was not my purpose…The form follows the necessity of what we have to say. When you have a new view of the world you will have to find new ways to say it.” 

— Mark Rothko 

Mark Rothko, No. 10, 1957. © 1998 Kate Rothko Prizel & Christopher Rothko / Artists Rights Society (ARS), New York. Imagen cortesía The Menil Collection

En una conversación con el escritor Selden Rodman a finales de los años cuarenta, donde Rodman le llama “A master of color harmonies and relationships on a monumental scale” Rothko replica que, “I’m not interested in relationships of color or form or anything else.” El pintor reitera que solamente tiene interés en “…expressing basic human emotions — tragedy, ecstasy, doom, and so on” (Breslin, 1993, p. 309). En otra ocasión, a finales de los años cincuenta en una charla con alumnos del Pratt Institute de Brooklyn, transcrita por la escritora y crítica de arte Dore Ashton, Rothko indaga un poco más en su proceso, ofreciendo un listado irónico de cómo hacer una obra de arte. El listado de siete puntos en ningún momento se refiere a técnicas concretas, formalismo o combinaciones de colores. Al contrario, detalla las preocupaciones filosóficas que el artista debe abordar en su obra–la muerte y un sentido de nuestra mortalidad, sensualidad, tensión, ironía, juego, lo efímero y casual, y por fin la esperanza. Esas, según Rothko son los “ingredientes” o “la fórmula” de una obra de arte, y un sentido elegante del color no está enumerado entre ellos (Breslin, 1993, p. 390).

Mark Rothko, Untitled, 1967. © 1998 Kate Rothko Prizel & Christopher Rothko / Artists Rights Society (ARS), New York. Imagen cortesía The Menil Collection

Fuese su intención o no, queda claro que una de las características más llamativas y poderosas de las obras maduras de Rothko es el uso del color. La tensión entre los colores, y entre las formas flotantes que visto en directo parecen moverse, crecer y consumir al espectador, es uno de los factores que induce una experiencia espiritual y trascendental en todas las que contemplamos sus obras. Aunque claramente se puede hablar de Rothko como un maestro del color, si el análisis termina allí, queda corto. Como dijo el propio Rothko, “I may have used colors and shapes in the way that painters before have not used them but this was not my purpose…The form follows the necessity of what we have to say. When you have a new view of the world you will have to find new ways to say it” (Breslin, 1993, p. 395). Comunicar esta visión “nueva del mundo” y de la condición humana, la cual claramente figura en su obra a lo largo de su carrera, era la preocupación principal del artista, y es el legado más interesante de su obra. El estilo maduro de Rothko, con los planos de color, es tan impresionante no por sus combinaciones estéticas o sus colores particularmente vivos o bonitos, sino porque provoca una experiencia casi religiosa y transmite el “drama humano" de manera particularmente trascendental.

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