Hablamos con María Viñas (1997, Madrid) una fotógrafa y directora de arte de la capital que despunta en la sensibilidad con la que captura y inmortaliza el momento. Feminidad, detalle y color son los tres aspectos que resuenan en las fotos con las que María busca parar el tiempo y la memoria para valorar cada momento.
Cuéntanos: ¿De dónde vienes y por qué la fotografía?
No recuerdo muy bien cuándo empecé a hacer fotos. Me recuerdo siempre con la necesidad de hacerlas: desde la cámara familiar, una desechable, el móvil o una compacta. Sea por atesorar momentos, por ralentizar el paso del tiempo o para guardar pensamientos. Pienso mucho sobre la finitud de la vida y de los instantes y fotografiar siempre me ha resultado un buen método para ayudarme a parar y mirar y pausar la vida.
De hecho, hace unos años me pasé a la analógica precisamente por eso: mientras que con la digital me obsesionaba por un resultado, con la fílmica prima la contemplación y el detalle. Y me ayuda mucho a valorar cada momento.
¿Cómo te describirías tú como María (persona y profesional)?
Una madrileña de 27 años, con inquietud por la escritura, el arte y la fotografía: todo lo que me lleva al análisis, la contemplación y a la pausa. Siempre digo que el diseño me enseñó a solucionar problemas y Bellas Artes a mirar. Melómana, danzante por disfrute, paseante profesional y creativa en agencias de publicidad en los últimos seis años.
¿Cómo ha ido evolucionando tu trabajo?
Empecé haciéndome autorretratos. No por nada, sino porque apenas salía de casa cuando era adolescente y empecé a explorar con el cuerpo y con los pequeños detalles que encontraba en algunos paseos. Poco a poco, mi fotografía fue saliendo de casa buscando los detalles que me hacen sentir viva. Hace tiempo me di cuenta de que, inconscientemente, si hago foto de algo, es que me importa. Ahora, sobre todo hago fotos a mis amigos y en los momentos explorando y reposando con ellos.
¿Qué es lo prioritario para ti a la hora de plasmar en una foto?
Guardar ese momento y sensación en mi memoria. Con la sensibilidad que ello conlleve.
La fotografía es algo muy vocacional. Uno conecta con ella o bien desde toda la vida o bien conforme pasan los años y uno tiene la capacidad de sentir una conexión especial cada vez que disparas una foto. ¿Qué alberga para ti la fotografía que no alberga ninguna otra práctica?
El superpoder de parar el tiempo. Poder elegir lo que más te gusta del mundo y archivarlo para recordarlo para siempre: almacenar sensaciones, detalles y memorias.
Tu trabajo tiene cierto tratamiento analógico y ambiguo. Aparecen desenfoques, líneas no definidas y mucho grano en algunas de tus fotografías. ¿En qué formato trabajas y qué buscas transmitir con el tratamiento de la imagen que haces?
Para el trabajo personal, suelo trabajar en analógico porque me permite parar y atender más al detalle. No me obsesiono con el resultado, sino que pienso más en el instante. Cuando trabajo con digital para campañas más concretas, a veces juego con el formato, imprimiendo, escaneando y palpando las imágenes. Que sea todo un proceso únicamente digital hace que me sienta un poco desvinculada de ello.
Hablemos de color: ¿En qué te basas e inspiras para elegir la paleta de colores que predomina en cada sesión?
Me he dado cuenta de que tienden a ser paletas sencillas, y que, de alguna manera, me recuerdan a sensaciones concretas o a lo natural.
Introduces pinceladas de color. No sé si de manera consciente o inconsciente generas un equilibrio de contrastes introduciendo un pantalón, un paño o una fruta, y de repente ese elemento cobra total protagonismo. ¿Qué importancia y peso dirías que tiene el tratamiento del color en tu imagen?
De alguna manera, me he dado cuenta de que ya lo hago sin querer. Siempre me ha gustado simplificar los tonos y que haya pocos bloques de color, para que deje protagonismo a las formas, al gesto y a los vacíos.
Pero ha habido una transición en tu trabajo. En 2018 y 2019 parece que trabajabas mucho más en blanco y negro. ¿Por qué esa transición?
Fue una época donde estaba explorando más la forma. El color me parecía una distracción. Además, hacía más fotografía en la ciudad y los colores de la ciudad, por regla general, me parecen tristes y poco evocadores. En general, era una época triste. A partir de ahí, empecé a tener más contacto con la naturaleza y con gente que me daba espacio para pararme y valorar mi sensibilidad y volví al color.
Toda tu obra tiene un hilo conductor que parece ir convirtiéndose en tu sello identitario. Sea un retrato o la imagen de un paisaje, existe un carácter sensible, transparente y femenino sobre todas ellas ¿Cómo retratas desde tu percepción de lo femenino y la feminidad?
Me parece una virtud ser sensible. E intento rodearme de gente que lo valora y percibe el mundo desde ahí: es lo que me parece que le da gracia a la narrativa vital. Me gusta fotografiar lo vulnerable, lo que está en reposo, lo frágil, lo distraído, porque siento que es lo más natural, auténtico y humano. Será por eso que, hace relativamente poco, me di cuenta de que tengo un montón de fotos de mis amigos durmiendo: es cuando más serenos y reales están.
Parece que en tu trabajo el sexo y el género se disuelven, y solo queda la identidad. ¿Qué hay de la comunidad queer en tu trabajo?
Creo que no busco un espacio para el género en mi trabajo, al menos no de forma consciente. Sobre todo me enfoco en lo contemplativo: miro cuando no me ven. Me gusta mirar cuando siento a la gente ser, sin pretensiones. Pero sin entrar en ninguna actitud, discurso ni identidad concretos.
Sí que hay alguna sesión que he hecho que es más meditada y puede identificarse con una imagen más queer, por decirlo de alguna manera, pero suele responder a una narrativa más íntima y personal: por ejemplo la sesión de Helena, que habla de sexualidad a raíz de una inquietud particular, y la de Transformation, que toma de referencia una tirada de cartas de diosas que me hizo Soraya, que por eso es la protagonista de la sesión.
Si tuvieses que elegir un tipo de fotografía (música, paisaje, etc), ¿Con cuál te quedarías?
Paisaje y retrato de mis amigos en la naturaleza. Eso es lo que me da la vida y me llena de amor.
¿Un color?
Verde cerceta
Para quienes no conocen tu trabajo, has colaborado con marcas como Kling y artistas como Russian Red, y tus fotos salen en catálogos de diversas empresas como Nada. ¿Qué proyecto es el que más recuerdas y como fue la experiencia?
Con especial cariño recuerdo la sesión de María de la Flor. Lucía (la estilista), María y yo, preparamos la sesión con mucha confianza y con una fluidez preciosa. También, las fotos de Russian Red me hicieron especial ilusión porque yo era muy fan cuando era adolescente, y significó mucho para mí. Las vueltas que da la vida son fascinantes.
¿Un dream portrait?
Patti Smith
¿Futuros pasos?
Justo a partir de este mes empiezo mi aventura freelance como fotógrafa y directora de arte. Si la foto me da la vida, estaría bien dedicarle más espacio en ella, ¿no?