Los colores no tienen significados inherentes, pero a través del uso popular y su adopción por gobiernos, entidades religiosas y marcas, en muchos casos han adquirido connotaciones extremadamente fuertes, sirviendo para comunicar valores nacionales, políticos, empresariales y culturales sin la necesidad de recurrir a palabras.
Esta carga de significado es paradójicamente universal y subjetiva: aquellos colores que comunican ciertos valores en un contexto determinado no tienen por qué preservar el mismo significado en otro ámbito. Artistas contemporáneos, sobre todo los que juegan con el arte conceptual o con la abstracción, frecuentemente hacen uso del color y sus connotaciones para transmitir ideas al espectador o para dotar una imagen existente de un significado nuevo, sin la necesidad de invocar a la figuración.
Cristina Lucas y Walid Raad son ejemplos de artistas que han reconocido la gran capacidad comunicativa del color. Aunque ellos tengan visiones estéticas muy diferentes y emplean técnicas dispares, comparten una comprensión de que el color no es algo “inocente”, libre de una carga simbólica o ideológica. Al contrario, estos artistas aprovechan los vínculos entre el color y su valor representativo y literal, utilizándolo como herramienta para criticar a los sistemas políticos y económicos.

Cristina Lucas, Monocromo azul, 2016. Imagen cortesía de Cristina Lucas
Cristina Lucas, un homenaje al suprematismo
En su serie Monocromos (2016), la artista contemporánea andaluza Cristina Lucas (Jaén, 1973) explora la conexión entre el color, los movimientos sociales del siglo XX, la psicología del consumo y el capitalismo. Lucas, que actualmente vive y trabaja en Madrid, frecuentemente indaga en las relaciones de poder activas en nuestra sociedad, revelando también los efectos que tienen en nosotros y en el medioambiente. Aquí, y con su serie paralela Bicromos, la artista utiliza logotipos de marcas superpuestos para crear obras que a lo lejos parecen abstractas y desprovistas de referencias al mundo real, cuando en realidad las obras tienen varias capas de significación: homenajear a los suprematistas rusos y el nacimiento del monocromo como medio, mostrar la evolución de la psicología del color a lo largo de los siglos XIX y XX culminando en su apropiación por marcas comerciales, y traer los logotipos una vez más al mundo del arte, donde se originaron el siglo pasado.
El formato de la serie rinde homenaje a los suprematistas rusos, evocando en especial los primeros monocromos de Kazimir Malevich, fundamentales a la hora de romper con el arte figurativo o representativo, quienes optaron por la “supremacía” de la forma geométrica y el color. El suprematismo ruso también llegó a representar los cambios sociales de la revolución rusa, marcando una ruptura con el antiguo mundo y su arte. Sin embargo, aunque el monocromo tiene sus raíces en la revolución, esa identidad se fue perdiendo a lo largo del siglo. La escuela de Bauhaus marcó esa transición donde los colores y formas geométricas abstractas se empezaron a aplicar al diseño y, eventualmente, a la creación de logotipos de marcas. Aunque los mismos logotipos revelan esa apropiación del arte –y del color concretamente– por el mundo comercial, el formato monocromático que elige la Cristina Lucas nos recuerda que el proceso se originó con un acto revolucionario.

Cristina Lucas, Monocromo rojo, 2016. Imagen cortesía de Cristina Lucas
A su vez, esta serie explora la evolución de la psicología del color, partiendo de las teorías de Johann Wolfgang von Goethe y las emociones que él asociaba a cada color. Sin embargo, empezando en el siglo XX, esas connotaciones emotivas también fueron utilizadas y manipuladas por las marcas para animar al público a comprar sus productos. En esta serie, Lucas ha elegido adjetivos asociados a cada color, o bien basándose en los textos de Goethe del siglo XIX o bien por las marcas que buscan evocar ciertas experiencias para promover el consumo, poniéndolos en el marco de cada obra. Mezclar adjetivos de ambas fuentes estimula la reflexión sobre el uso de la psicología del color en nuestra sociedad actual y revela cómo las marcas y sus intereses económicos moldean nuestra realidad, enseñando nuevos significados para los colores sin que nos demos cuenta. Por último, con un toque irónico, la serie de Lucas aprovecha la psicología del color y los propios logotipos de nuevo, esta vez para restaurarlos a sus orígenes puramente artísticos. Así como las marcas captaron el poder del color, alejándose de su propuesta artística y utilizándolo para vender, aquí Lucas retoma los logotipos y los aisla de su función marketiniana, devolviendo sus colores y sus formas geométricas otra vez al mundo del arte y a un cargo puramente artístico.

Cristina Lucas, instalación dark Cube, 2016. Imagen cortesía de Cristina Lucas
Walid Raad, el conflicto bélico a través del color
De manera parecida, en la serie Let’s Be Honest, the weather helped, del artista conceptual libanés Walid Raad, el color ocupa un lugar entre la abstracción y lo literal para revelar la realidad espeluznante de la guerra civil libanesa (1975-1990). Raad (Líbano, 1967), quien actualmente trabaja en Nueva York, frecuentemente juega con la creación de las narrativas históricas, a veces alegando haber encontrado información en “archivos” cuando en realidad son invenciones suyas, o creando relatos improbables para explicar la existencia de algún documento o foto real. La serie forma parte de un proyecto artístico que duró quince años (1989-2004) titulado The Atlas Group. Para ello, Raad ha coleccionado material histórico, documentos y fotos, que en algunos casos edita y en otros recontextualiza, para luego “donar” todo al archivo del Atlas Group –siendo en realidad una invención del artista. Tejiendo una telaraña de artificio y realidad para provocar reflexión sobre las narrativas históricas, en Let’s Be Honest Raad toma fotos de fachadas de edificios o paisajes libaneses y los recubre con puntos de color de diversos tamaños aparentemente colocados de manera aleatoria –a veces con tonos diferentes de un mismo color, a veces en colores contrastados, y a veces en blanco y negro. Sin embargo, aunque a primera vista parecen aleatorios, en realidad los colores y sus colocaciones tienen un significado muy concreto: corresponden a las posiciones de los agujeros de balas en los edificios y los objetos representados en las fotos y los colores de las puntas de cartuchos que perforaron los mismos.

Walid Raad, Let's be honest, the weather helped, 1998. Cortesía de Walid Raad
En el texto que acompaña la serie de fotos y que puede o no ser un invento del artista, Raad explica que cuando era niño jugaba coleccionando las balas que encontraba en las calles y en las fachadas de los edificios, tomando fotos y anotando todo en cuadernos. En particular, el artista se fascinó por el arcoíris de colores vívidos que encontraba en las puntas de las balas. Según el texto, décadas después entendió que los colores, lejos de ser arbitrarios, revelaban los fabricantes de las balas y sus países de origen. Desde entonces, Raad ha podido identificar diecisiete países y organizaciones que contribuyeron con armas a las milicias que tomaron parte en la guerra civil libanesa: Bélgica, China, Egipto, Finlandia, Alemania, Grecia, Iraq, Israel, Italia, Libia, NATO, Rumania, Arabia Saudita, Suiza, los EE.UU., el Reino Unido y Venezuela. Aunque la historia del origen de las imágenes puede o no ser cierta, aquí el artista utiliza el color para revelar una verdad histórica concreta: la del involucramiento extranjero en una guerra civil y el vínculo horroroso entre el comercio de la guerra y sus consecuencias tangibles en el lugar. Representar los agujeros de balas importadas desde países lejanos, –en muchos casos aparentemente sin conexión directa al contexto libanés–, acribillando bloques de pisos, coches y árboles destaca los efectos reales del comercio de armas en las poblaciones civiles, algo muchas veces ignorado en el discurso oficial de las guerras. Igual que en las obras de Cristina Lucas, Walid Raad utiliza el color para comunicar una historia compleja de manera directa y visualmente interesante, tomando el significado que han adquirido los colores en este contexto específico para revelar el coste humano de la guerra y condenar los sistemas políticos y económicos que la promueven.


1. Walid Raad, Let's be honest, the weather helped, 1998. Cortesía de Walid Raad
2. Walid Raad, Let's be honest, the weather helped, 1998. Cortesía de Walid Raad
Aunque Cristina Lucas y Walid Raad plantean prácticas y técnicas diversas, un hilo común enhebra las obras de los artistas: una comprensión de que el color no es inocente y que se puede utilizar para comunicar narrativas complejas y contar historias enteras de manera sucinta e impactante. Mientras en las obras de ambos se aplica el color con un sentido artístico y visual, las series derivan su importancia y relevancia de su poder conceptual, logrado a través de aprovechar las cargas políticas, emocionales, históricas y culturales del color con maestría.