Autor: Rodrigo Méndez
Durante casi toda mi vida, los sábados eran para visitar a mis abuelos paternos. Vivían en una casa dentro de la unidad habitacional Infonavit Iztacalco, y siempre me pareció un lugar fascinante. Viví este espacio en distintas etapas y me emocionaba recorrerlo, ya fuera pasando por el tianguis*1 a comprar verduras, yendo por el pan o acompañando a mi familia en tareas cotidianas. Descubrir sus rincones me ofrecía una estética diferente, que se revelaba cada semana. Más allá de los recuerdos preciados con mis abuelos, esta unidad me enseñó, entre muchas cosas, cómo sus habitantes delimitan, de manera cromática, el espacio para hacerlo suyo.
A finales de los años 70 se inauguró la Unidad Habitacional Infonavit Iztacalco, un complejo destinado ofrecer vivienda a los trabajadores de la Ciudad de México que tuvieran acceso a la prestación INFONAVIT*2. En un entorno arquitectónicamente diverso, con varias opciones de vivienda, la unidad compartía una estética común: edificaciones de estilo brutalista y una distribución funcionalista acompañada de tonalidades grises y neutras con leves acentos de colores vivos. Este diseño representaba un esfuerzo por integrar el exitoso movimiento modernista europeo dentro del contexto urbano mexicano. La unidad no solo fue una promesa de modernidad, sino también una manifestación de un México que, en ese entonces, aspiraba a consolidarse como una ciudad moderna.

Planta de conjunto de las diferentes zonas y etapas de la unidad habitacional. Imagen- archivo Imanol Ordorika Arqs. y Asociados. Vía escenarios.muca.unam.mx

Vista a las calles interiores del conjunto. Foto- archivo Imanol Ordorika Arqs. y Asociados
Sin entrar en detalles extensos sobre los temas del modernismo, es importante señalar que, como dice mi amigo Eliel, “La vida le gana al modernismo”. La cotidianidad y el ritmo de la gente se oponen al ideal de orden y eficiencia propuesto por el espacio y sus atributos. A pesar de los esfuerzos del gobierno mexicano por instaurar este estilo a través de la arquitectura, el modernismo no tuvo el mismo impacto en México que en Europa. La unidad Infonavit Iztacalco es una de mis principales referencias para ilustrarlo. Así, la sociedad mexicana, con su carácter ecléctico y liberal, no adoptó una única línea estética; en lugar de eso, optó por pintar el espacio, por transformar los materiales crudos con colores vibrantes, nutrida, en esencia, por una amplia gama de influencias. Este enfoque ha dado lugar a un panorama estético único. Entre los valores que han predominado en este contexto, destaca el uso del color.
El color en México no solo tiene connotaciones simbólicas, sociales o culturales, sino que representa una característica intrínseca de la identidad nacional. Aquí, el color no es visto como un exceso, sino como una afirmación estética, en México no hay temor al color.

Vista a las áreas comunes del conjunto. Foto- archivo Imanol Ordorika Arqs. y Asociados
Hoy en día, la unidad Infonavit Iztacalco no se ve como en las fotos que documentan su apogeo cuando fue recién inaugurada. Más allá de lo que ocurre dentro de la unidad, son los mismos habitantes quienes van ocupándola y transformándola, basándose en las necesidades colectivas que obedecen a un tiempo y un espacio específico. Nunca conocí los edificios grises propuestos por los arquitecto ingenieros que le dieron vida a este lugar, pero sí, a lo largo de los años, he explorado cómo estas edificaciones han cambiado de color una y otra vez: colores vivos, llamativos, indiscretos. Colores que se utilizan para delimitar o señalar las diferentes zonas dentro de la unidad, convirtiéndola en un ente vivo y cambiante que se adapta al paso del tiempo, que se opone a las tendencias y se rige por la versatilidad colectiva de quienes la habitan.
Sigo visitando a mi familia y recorriendo este espacio variable y evolutivo. Sigo pensando que los colores cambiantes de esta unidad siguen siendo, en esencia, la misma respuesta cultural de los mexicanos ante el intento de imposición de la estética modernista europea. Este lugar sigue siendo un acto de resistencia a través del color, una declaración de identidad, de rechazo a la homogeneización impuesta por los movimientos internacionales, una afirmación cultural, inconsciente y natural, que parte de un lenguaje visual que permite a la gente apropiarse de su espacio y dar vida a un territorio que sigue siendo fiel a su esencia, cómo el color puede señalar un territorio y puede ser una postura de revolución y resistencia.

Vista a una de las plazas del conjunto. Foto- archivo Imanol Ordorika Arqs. y Asociados
Fotografías por Rodrigo Méndez
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